El poder de la moda: política, diplomacia y rebeldía

Marc Jacobs dijo una vez que la ropa no significaba nada hasta que alguien vivía en ella. El poder la moda reside, precisamente, en esa capacidad expresiva que nos ayuda a posicionarnos. Es un fiel reflejo del momento político, cultural, económico y artístico que nos rodea. También de nuestros pensamientos e intenciones. Ya sea de manera consciente o inconsciente, el estilo –como herramienta- es la forma en la que nos proyectamos y abrimos al mundo.

La diplomacia de la moda

Cuando en 1960 Kennedy fue elegido como presidente de los Estados Unidos, una nueva era se abrió paso. Huyendo de los formalismos y las estrictas normas que imperaban en la década de los cincuenta, el joven político representaba un optimismo juvenil, urbano y fresco. La que sería la potencia económica más importante del mundo dejaba de ser un país rural para transformarse en el ideal de gran parte del planeta. Valerie Steele, directora del museo del Instituto Tecnológico de la Moda, declaraba en el documental Estilo Americano (disponible en Movistar+) que “John y Jackie representaban a una pareja joven y con aspiraciones. Para todo el mundo eran sorprendentemente diferentes a las últimas parejas presidenciales”.

No solo la apariencia de Kennedy fue clave para su elección (la televisión le ayudó enormemente para conseguir la victoria definitiva), sino que además representaba a las generaciones más jóvenes. Jackie, por su parte, fue una revelación en cuanto a estilo. Su aspecto cuidado, sencillo, de colores brillantes y tonos pastel se convirtió en la tónica para miles de mujeres. Su diseñador de cabecera, Oleg Cassini, había trabajado en Hollywood y sabía cómo vestir a una estrella dentro y fuera de la pantalla. En su visita a Francia, Jacqueline Kennedy fue la primera de las Primeras Damas en utilizar la famosa diplomacia de la moda. Fue capaz de transmitir un mensaje político usando su propia imagen al llevar un vestido de Givenchy para conquistar el corazón de los franceses.  

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Casos actuales

La reina Letizia o Michelle Obama, cuyo libro de memorias es el más vendido de la historia, también utilizan habitualmente esta práctica. Durante el tour de presentación de la obra de Obama, esta lució conjuntos confeccionados por creativos locales. Además, durante su mandato optó siempre por dar voz a diseñadores norteamericanos jóvenes, impulsando así sus carreras. La psicóloga María Jesús Martínez nos comenta que en el caso de estos personajes icónicos, existe una retroalimentación entre estética y personalidad. “Tener una posición determinada en la sociedad también te da una visibilidad que alimenta tu figura. Además, en su caso, al tratarse de una mujer altruista y comprometida, el efecto se potencia. Moda y personalidad van de la mano”.  

Como vehículo de expresión

El origen de muchas culturas urbanas está ligado a acontecimientos políticos o sociales. El estilo hippie nació como oposición a la Guerra de Vietnam y el régimen político que gobernaba en el momento. Los jóvenes se comunicaban y transmitían sus ideas a través de la ropa. Largas melenas, prendas coloridas, sandalias de tiras e iconografía naturalista. Era una herramienta de protesta, un símbolo contra lo ajeno. Lo mismo sucedió con el Movimiento por los Derechos Civiles, cuya imagen estaba basada en la vestimenta propia de los domingos de misa. En su caso, la elección recaía en eliminar de la ecuación el factor de la estética. Que las prendas no fueran una excusa para limitar –todavía más- los derechos de las personas afroamericanas.

Otras subculturas como el grunge, el hip hop o incluso el estilo urbano actual, utilizan estos códigos para expresar su inconformismo con la sociedad. La idea subyacente es siempre la misma, fuera lo viejo, dentro lo nuevo. Hasta la revolución de la sexualidad femenina tuvo también traducción textil: la minifalda. Con la aparición de la píldora anticonceptiva y la disminución de la longitud de esta histórica prenda, las mujeres comunicaron su deseo de liberación.

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Feminismo y poder

En el año 2013, el presentador de televisión australiano Karl Stefanovic se propuso realizar un pequeño experimento social. Decidió que llevaría el mismo traje azul marino durante un año. A pesar de que lo lógica nos dice que alguno de sus miles de espectadores se daría cuenta de la secuencia repetitiva que inundaba su casa cada mañana, la verdad es que nadie se percató. Ni siquiera sus propios compañeros de trabajo. No obstante, su copresentadaora, Lisa Wilkinson, sí fue criticada, alabada y juzgada constantemente por sus decisiones estilísticas. “Las mujeres siguen estando mucho más expuestas al ojo público y la crítica social. Se les exige mucho más, valer para el cargo no es suficiente, también hay que parecer guapa y tener estilo” nos explica Martínez al debatir el experimento.

Como bien define nuestra psicóloga de cabecera, “todos tomamos decisiones sabiendo que hay unas características muy claras asociadas a determinadas prendas”. A medida que las mujeres se fueron incorporando al mercado laboral y escalando puestos de poder, su vestimenta pasó por diferentes fases de adaptación. Si en un principio la búsqueda de formas históricamente masculinas era la norma a seguir, con la llegada de Donna Karan las reglas del juego evolucionaron favorablemente. La diseñadora planteó siete prendas básicas fácilmente combinables y sofisticadas. “Podías sentirte sensual, cómoda noche y día. No tienes tiempo para cambiarte de ropa, no quieres preocuparte por lo que vas a ponerte hoy” declaraba en el documental Estilo Americano.

¿Y ahora?

Hoy en día estamos viviendo nuestro propio capítulo en el mundo de la moda. Las redes sociales han favorecido la vuelta de la logomanía y el culto por las grandes marcas como símbolo de diferenciación. No obstante, y como nos dice María Jesús Martínez, “hay que tener cuidado, sobre todo los más jóvenes. Es importante darnos cuenta de que eso no es más que una ilusión, un sueño que tiene que ir acompañado de un trabajo de autoestima externo a la ropa”.

El Attelier Magazine

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